¿Hablamos a espaldas de otros o decimos las cosas a la cara? Descubre la raíz del por qué al chileno le gusta el “pelambre”.
Siempre hemos escuchado que el chileno “tira para los dos lados”. Dice una cosa y hace otra. La raíz pareciera encontrarse en el contexto social en el que le tocó vivir como país, pero las cosas han cambiado. Hoy los jóvenes se atreven a decir lo que sus padres no pudieron ¿Por qué?
Según el sociólogo Carlos Garay, desde las revoluciones mundiales se viene entrenando perseverantemente el lado izquierdo del cerebro, “que es el lado calculador, numérico y lógico. Esa mentalidad se desarrolló más aún en el periodo del neoliberalismo militar en nuestro país, una ideología económica en donde la competitividad a cualquier costo pasa a ser sustancial para el progreso familiar y en donde el libre mercado expone al consumismo a las personas, culturizándolas con hábitos allegados al miedo, la represión y la sanción”.
Según Garay tenemos una generación antigua, que corresponde a los “baby boomers” nacidos en los 50 y la “generación X”, que nacieron entre el 60 y 80. Ambas paradójicamente tuvieron que aprender a competir para consumir venciendo sus miedos, “eso produjo un estilo de vida que se funda sobre dos ejes: la necesidad de incluirse en el sistema, pero sin querer pertenecer a él, o sea, el inicio del doble estándar nacional que es decir algo y pensar lo contrario”.
Esa culturización del miedo de nuestras antiguas generaciones viene de haber crecido en un tiempo histórico restrictivo que modela una conducta y la forma de hacer las cosas. El pelambre, por ejemplo, es un descargo en secreto por temor a ser sancionados, ¿por qué hay miedo a que el otro sepa mi opinión?
Un personaje adelantado a los tiempos fue el Chino Ríos, cuando declaraba su famosa frase, “¡no estoy ni ahí!”. Hoy las generaciones más jóvenes dicen lo que piensan, y su nivel de doble estándar es menor a las generaciones pasadas. Cuando la mamá exclama, ¡qué van a decir los vecinos! El hijo revolucionariamente responde ¡qué me importa el qué dirán! Revelándose a la cultura del miedo.
Estos jóvenes tampoco “le temen a ser ellos mismos, no les importa el qué dirán, eso porque el contexto social que les tocó vivir es más libre, pero a la vez con problemas de oportunidades, de crecimiento que los angustian y se rebelan”.
Para el sociólogo en estos tiempos tecnológicos las personas castigan esas conductas con la ayuda de las redes sociales, apuntando literalmente con un dedo la corrupción en la pantalla de sus Smartphone, y los jóvenes están creciendo en un tiempo en donde las ideas diferentes por ley son respetadas y en donde la censura es acusada rápidamente a través de Internet.
¿Y qué pasa con la prensa? Según Carlos Garay los contenidos comunicacionales son de una sola línea, no tienen doble estándar, “pero sí muestran, por ejemplo, el doble estándar de los políticos (…) Los medios se cuidan del repudio social de sus consumidores, ya que el ser descubierto en un acto incoherente a lo que se promulga les provocaría crisis en el negocio y se expondrían al castigado de los que los consumen (…) En apoyo al equilibrio de la ética de la líneas editoriales de los medios, las redes sociales se han transformado en un fenómeno estabilizador para la transparencia de los medios, alumbrando eficazmente hechos como la corrupción política, la que antes se mantenían ocultas tras un antifaz”.
¿Y Semana Santa? Para el sociólogo, cruzar estas fechas con el doble estándar chileno es delicado. “Los temas religiosos hieren mucho la sensibilidad de los creyentes, y es algo que hay que respetar. Semana Santa es un recordatorio de sacrificio, muerte y resurrección de Jesucristo, donde las familias cristianas (…) independiente de la forma que celebren, ven una buena instancia para expulsar las ambiciones y decisiones negativas del doble estándar, alineándose a una vida con altos valores cristianos al beneficio de la comunidad”, concluye.