Lo vemos en la tele. Mucho sabemos de su carrera de actor, pero nada de su relación con el deporte. Conoce un poco más acerca de las disciplinas que lo apasionan.
Por Carla Youlton
Álvaro Morales aparece en una de las puertas de la piscina temperada del Club Médico. Mismo lugar en el que hace unos días estuvo nadando al menos uno hora “casi” sin parar. Lo saludo y caminamos hacia una terraza ubicada a un costado de la piscina exterior. Ya sentados, se quita los anteojos y pierde la mirada entre los árboles, montañas o quizás gallinas y pollitos que deambulan por el amplio pastizal que tiene en frente. Parece un tipo sencillo, alegre y amable.
Comienzan las preguntas de rigor ¿Cuántos años tienes? 48. Sin duda no los representa. Le digo que nunca lo hubiera pensado. Él responde, “yo tampoco”. Los dos reímos.
Hoy el actor se encuentra en una situación especial producto de toda la mixtura que se ha producido en los canales de televisión, “si bien yo estoy contratado por Megavisión, la teleserie ahora está al aire, pero la terminamos hace un rato ya”. Ahora está esperando el proyecto que viene, pero no se sabe cuándo, ya que “va a depender de la competencia y las parrillas que hayan”.
Quizás es por eso que hoy lo vemos más tranquilo y relajado. Amante de la cocina, regalonea a sus seres queridos con un plato de pasta con pollo hasta algo más sofisticado. “Me gusta comer y me gusta hacer comida”. Su ingrediente secreto es el amor. Durante estos meses tomó un curso de charcutería (preparación de embutidos), y ya había hecho uno de quesos antes, “me interesa el tema, me entretiene”.
Su rutina diaria se inicia temprano. Se prepara desayuno para luego partir al gimnasio, en donde más que nada realiza trabajo de cardio el cual asegura que es “una lata”. Pero su relación con el deporte partió hace muchos años. Todo partió en el colegio, “me iba pésimo (ríe). Repetí octavo básico, pero después entré a un curso mucho mejor y ahí vino el deporte. Antes yo era un gordito fofito”.
¿Cuéntanos acerca de tus inicios en el deporte?
Yo partí a los 14 años haciendo taekwondo. Llegué a ser seleccionado olímpico y estuve en la selección como hasta los 21 con un maestro coreano.
¿Tu familia te apoyaba?
Mi papá nunca se metió en nada. Mi mamá me apoyaba en todo, como todas las mamás, pero era cosa mía. (El bichito del deporte) era un cuento mío, solo mío, ¿qué loco?
¿Qué pasó después de eso?
Estuve cinco años en taekwondo, después me salí. Coincidió con que comencé a estudiar. Después (…) Practiqué buceo un tiempo y piscina, y después retomé el taekwondo como a los 23. Aquí estuve como tres años entrenando. Volvimos un grupo de viejos de antes entonces era como choro.
¿Cómo fue la experiencia de volver a entrenar de grande?
Fue súper bonito, pero súper rudo (…) Entonces me tocaban cabros de 16 y 17 años que tenían el mismo peso que yo y eran un balazo (…) Yo nunca hice un trabajo apropiado de musculación para proteger las articulaciones (…) Y ahí comencé a sentir ciertas lesiones de las rodillas. Después de eso, me salí y me metí al Tai chi.
¿Qué aprendiste ahí?
Toda la cosa de la energía, la meditación y el paradigma de los chinos. Encontré que era súper bueno, sobre todo cuando tienes lesiones, porque trabajas la musculatura fina. Lo otro es que te da un espacio mental en que no vas solamente a exigir a tu cuerpo, sino que al contrario, vas a nutrirlo (…) Es un concepto súper simple y ese bienestar te viene por añadidura.
De ahí volviste a las artes marciales…
De ahí me metí a hacer Kung Fu. Fue bastante agradable, porque era menos competitivo. Estuve casi ocho años. Después de eso me lesioné y me corté el ligamento. Después volví como dos años más y dejé de ir hace poco. Hace dos o tres años que no sigo practicando.
¿Qué te dejó el deporte en tu vida?
Muchas lesiones. Se ríe. Para mí es como lavarme los dientes. Ya no pienso en hacer deporte, sino es que ya está integrado en mi vida (…) Yo me siento energéticamente de 30 años en términos físicos, pero no porque me exija como si tuviera 30 años, sino porque he cuidado el cuerpo a tal punto que sé que me va a responder de aquí a 30 años más.
¿Combinas esto con una buena alimentación?
Yo soy un chancho, como mucho. Pero trato de mantener el control.
¿Has estado en una situación al límite en la que sentiste esa gratificación de “lo logré”?
Hace 20 años atrás hicimos una caminata en Ecuador, nos metimos en la selva y estuvimos internados ahí una semana. Es la experiencia más ruda que me ha tocado vivir. En un momento yo dije, “no voy a poder, déjenme acá, yo no puedo más” (…) Cuando uno está al límite, fíjate que uno igual puede más, y yo creo que una cosa así solo lo puedes conseguir con el deporte.
Tu actual pareja tiene a sus hijas haciendo nado sincronizado, ¿conocías algo de este deporte?
Conocí a la Fernanda Urrejola y ella hacía nado sincronizado. También lo veía en las olimpiadas. Acá (en el Club Médico) ver esta disciplina me conmovió, por las niñas, en fin, porque si bien es una disciplina deportiva también mezcla algo de artístico. Hay una puesta de escena, es espectacular, entonces te juro que a mí me emociona la belleza, porque es como ver ballet. También es parte de lo que yo hago. Yo también me dedico al arte, de eso vivo.
¿Te quedas en deuda con algo?
Lo que yo he hecho han sido cosas solas. Donde la soledad es la que te acompaña. Me hubiese encantado hacer un deporte de grupo.
La entrevista termina y nos vamos conversando mientras salimos del club. Álvaro me pide disculpas por si me aburrí después de 30 minutos de entrevista, “me tocaste mi tema, yo no hablo nunca del deporte”. Me despido feliz pensando que, a pesar de todo, el deporte siempre te entrega alegrías.